“Todos
los que hablan un mismo idioma (...) hállanse unidos entre sí desde el
principio por un cúmulo de lazos invisibles (...) de modo que los hombres no
forman una nación porque viven en este o
el otro lado de una cordillera de montañas o un río, sino que viven juntos
(...) porque primitivamente, y en virtud
de leyes naturales de orden superior, formaban ya un pueblo. Así la nación
alemana, gracias a poseer un idioma y una manera de pensar comunes, hallábase suficientemente unida y se distinguía con claridad
de los demás pueblos de la vieja
Europa(...)
Quien
había nacido dentro del ámbito de la lengua alemana era considerado ciudadano
por partida doble; por una parte, era
ciudadano del Estado en que había nacido, a cuya protección era encomendado; por otra, era ciudadano de
toda la patria común de la nación
alemana. [. .. ] De la misma
manera que, sin lugar a duda, es cierto que, allí donde hay una lengua
específica, debe existir también una
nación especifica con derecho a ocuparse de sus asuntos con autonomía y a gobernarse ella misma, puede a
su vez decirse que un pueblo que ha dejado de
gobernarse a sí mismo tiene también que renunciar a su lengua y
confundirse con el vencedor a fin de que
surjan la unidad y la paz interior (..)"
Johann Gottlieb
Fichte. Discursos a la nación alemana. 1807.
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